Cualquiera que haya surcado la frontera dominico-haitiana de sur a norte y viceversa, habrá experimentado estar ante un cuadro surrealista dibujado hace siglos por designios coloniales y que, sorprendentemente, presenta los mismos trazos de antaño, pincelados por la corrupción, la inequidad y una informalidad que hace al visitante sobrecogerse en un mar de confusiones.