14 noviembre 2015

Día mundial de la Diabetes



Esta condición se ha convertido en una epidemia mundial que afecta a aproximadamente 387 millones de personas, de las cuales muchas no han sido diagnosticadas.

Cerca de 387 millones de personas la padecen. De ellas, alrededor de 179 millones la tienen, pero no lo saben. La gran mayoría de los afectados -el 77 por ciento- vive en países de ingresos medios o bajos. En 2014 generó gastos de casi 612,000 millones de dólares. Cada siete segundos fallece una persona a causa de esta condición.
La diabetes se ha convertido en una epidemia mundial, como lo demuestran las cifras contenidas en la sexta edición del Atlas Mundial de la Diabetes, editado por la Federación Internacional de Diabetes (IDF, por sus siglas en inglés).
El elevado nivel de azúcar en la sangre, que se origina cuando el páncreas no produce insulina o el organismo no utiliza esta hormona de forma adecuada, afecta diferentes órganos. Desde el corazón y los riñones hasta los ojos y los pies pueden resultar dañados en un paciente diabético.
Por eso cada 14 de noviembre, con el objetivo de crear conciencia acerca de esta condición, se conmemora el Día Mundial de la Diabetes, un padecimiento que no padecen únicamente los adultos -aunque estos son los más afectados-: en el 2013 más de 79,000 niños y niñas desarrollaron diabetes tipo 1.
Infancia y diabetes
A pesar de que su esposo padecía diabetes y de que ella laboraba como enfermera, Noyra Batista no pudo evitar sentir que se le estaba “yendo algo del corazón” cuando a su hijo Ángel Gabriel Santos, entonces de seis años, le diagnosticaron diabetes.

Los mareos, la falta de energía, el hambre constante, la sudoración fría y la excesiva frecuencia con que orinaba (“una noche se levantó para ir al baño como 25 veces”, recuerda Noyra) pusieron a los padres en alerta hasta que sus sospechas fueron confirmadas.
“Lloraba mucho”, comenta esta madre, porque, según dice, no es lo mismo manejar a otro enfermo a tener a tu propio hijo como paciente.
Llanto también fue la primera reacción de Belkis Rondón cuando, hace cuatro años, a su hija Reynabel Rodríguez le diagnosticaron esta condición.
Belkis no poseía un conocimiento profundo de la diabetes. Cuando llevó a su hija a consulta lo hizo porque observó en la niña síntomas sobre los cuales había sido advertida durante una clase en la universidad. El mismo día del diagnóstico a Reynabel la ingresaron con los niveles de glucosa en sangre en 500 mg/dL.
Aunque en ambos casos la diagnosis de diabetes infantil trajo temor e incertidumbre, el dolor inicial dio paso a la aceptación y a un proceso de adaptación en el cual la educación y la orientación tienen un rol central.
Esa orientación resulta necesaria tanto para los padres como para los hijos. A final de cuentas, estos últimos tendrán que lidiar siempre con su diabetes.
Orientación
Si va a algún cumpleaños, Ángel Gabriel, quien ha vivido la mitad de su corta vida con diabetes, le lleva su porción de bizcocho a su madre Noyra para que sea ella quien le dé la cantidad que puede comer.

Su actitud muestra cómo esta condición de salud ha impuesto cambios en la vida de un niño al que antes le gustaba probar “todas las chucherías” y que ahora hasta disfruta comer vegetales.
Ángel Gabriel no depende solo de la supervisión de sus padres; sabe cómo cuidarse y mantener bajo control su diabetes con vigilancia constante del nivel de azúcar en su sangre, medicación, alimentación sana y actividad física.
Adquirió este conocimiento en la Fundación Aprendiendo a Vivir, que brinda apoyo a niños y adolescentes diabéticos.
“La diabetes ahora es algo normal para mí”, comenta el niño de 12 años.
Alam Espinal, beneficiario de la fundación, al igual que Ángel Gabriel y Reynabel, cuenta la diferencia que hace la orientación en la vida de un menor diabético.
El joven de 24 años fue diagnosticado a los siete, pero, en lugar de contribuir con el tratamiento, se descuidó y continuó llevando el estilo de vida de cualquier otro niño.
Enfrentó varias complicaciones de salud: desarrolló insuficiencia pancreática, problemas de la tiroides y en una ocasión estuvo a punto de perder amputada una de sus manos.
Brasilia Rosario, enfermera de la fundación, dice que al principio se hace difícil que los niños entiendan que deben cohibirse de ciertos alimentos porque tienen una condición especial de salud, pero una vez lo internalizan asumen su cuidado con responsabilidad.
Las palabras de Reynabel, de 13 años, lo confirman. “Lo único que tengo que hacer -dice- es cuidarme para llegar a una vida larga”.
Multiplicadores
Un diagnóstico de diabetes infantil o juvenil impacta emocionalmente a los padres. En el caso de hogares pobres hay, asimismo, un fuerte impacto económico.

Pero personas como Belkis tienen la capacidad de ver el lado positivo de la enfermedad.
Cuenta, por ejemplo, que la condición de su hija ha unido más a su parentela y que todos están pendientes de las necesidades de la menor.
Belkis organizó una campaña de orientación en el colegio donde estudia su hija y encabezó una charla sobre el tema en la iglesia a la que pertenece.
Además, como un niño diabético debe llevar un estilo de vida sano que incluya alimentación saludable y actividad física regular, el resto de la familia podría hacer los mismos ajustes y beneficiarse de esos cambios.
(+) IMPACTO EMOCIONAL Y ECONÓMICO
La educadora y psicóloga Sandra Jáquez, directora de Educación de la Fundación Aprendiendo a Vivir, que acompaña a personas diabéticas, dice que el diagnóstico de diabetes infantil impacta emocionalmente a los padres porque se trata de una condición irreversible con la que sus hijos tendrán que lidiar el resto de sus vidas.

Al principio los progenitores o tutores pasan todo el día preocupados por el estado de los pequeños, sobre todo cuando se separan de estos porque deben enviarlos a la escuela o a algún otro lugar donde no estarán bajo su supervisión directa.
“Cuando se acostumbran y se empoderan, ya eso no es nada”, comenta. No menos importante es el impacto económico. La diabetes, señala Jáquez, “es una condición muy costosa”.
El paciente requiere insumos y medicación diaria, además de una alimentación sana que incluya tres comidas e igual número de meriendas al día.

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