01 enero 2017

¿Qué le espera al mundo en 2017?

¿Qué le espera al mundo en 2017?

cOMo será 2017? Es difícil adivinar pero algunos eventos reveladores de 2016 indican que podría ser un año muy difícil para Occidente, al que cada vez le costará más incluso establecer las reglas del juego a nivel internacional.
“La era de la post Guerra Fría de la globalización liderada por Occidente, el
predominio de Estados Unidos y el cómodo avance de los valores liberales internacionales ha terminado”, dice, por ejemplo, Simon Fraser, jefe del Servicio Diplomático de Reino Unido de 2010 a 2015.
“Las presiones que estamos viendo el orden internacional que hemos conocido desde el final de la Segunda Guerra Mundial reflejan una descentralización o ‘atomización’ del poder en múltiples niveles“, explica, por su parte, el General estadounidense Stanley McChrystal, quien comandó las fuerzas de la OTAN en Afganistán de 2009 a 2010.
Entre esos acontecimientos clave en la última parte de 2016 están:
  • El supuesto uso de información hackeada por Rusia en las elecciones estadounidenses.
  • La supresión de los rebeldes en el este de Alepo por parte de Siria y sus aliados extranjeros, que implicó el uso a gran escala de armas prohibidas por muchos países contra la población civil.
  • La decisión de China de ignorar un arbitraje de la ONU en la Conferencia sobre el Derecho del Mar que falló contra Pekín en una disputa territorial con Filipinas.
  • La decisión de algunos países, entre ellos Rusia y Sudáfrica, de retirarse de la Corte Penal Internacional.
  • El fracaso de algunas negociaciones comerciales internacionales, incluido el Acuerdo Transpacífico, después de que el presidente electo Donald Trump anunció que Estados Unidos se retiraba.
  • La confianza en la Corte Internacional es un punto clave.
  • Desunión

    Aunque Rusia eventualmente logró un cese del fuego en Siria, con apoyo de Turquía, subrayó la incapacidad de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad -China, Francia, Reino Unido y Estados Unidos- para ponerse de acuerdo en alguna estrategia para ponerle fin a la crisis.
    Pero en verdad, desde que la ONU fue fundada en 1945, los grandes jugadores rara vez han estado unidos para afrontar graves crisis internacionales y nunca cuando un miembro permanente ha sentido que sus intereses vitales estaban amenazados.
    El respaldo de la ONU a la guerra encabezada por Estados Unidos contra Saddam Hussein en 1991 fue un ejemplo muy inusual en el que el Consejo de Seguridad apoyó una guerra, pero fue un momento fugaz.
    Nuestra concepción reciente del orden internacional “se basaba en un nivel atípico de dominio estadounidense que nunca iba a ser eterno”, opina el profesor Patrick Porter, de la Universidad de Exeter.
    Y añade: “Este orden se está deshaciendo desde fuera, a medida que el peso económico se va moviendo del oeste al este, lo que hace más difícil que Occidente pueda imponer su voluntad”.
    Por supuesto, muchos recibirán con beneplácito el eclipse de la hiperpotencia estadounidense, la sensación de dominio global que se estableció tras el colapso del comunismo y la emergencia de un mundo más multipolar.

    Empoderamiento

    En muchos países africanos o asiáticos, también hay un sentido de empoderamiento, con una generación de hombres de Estado educados en las universidades occidentales que ha dado paso a aquellos con su propia visión del mundo.
    La decisión de Sudáfrica y de algunos otros países africanos de abandonar la Corte Penal Internacional (CPI) fue “el resultado de una injusticia percibida”, según el ministro de Información de Gambia quien señaló que la corte había sido utilizada “para la persecución de los africanos y especialmente de sus líderes”.
    Rusia y China, ambas parte del gran club de la ONU, cuestionaron recientemente la competencia de la CPI en relación a las disputas territoriales que les preocupan profundamente.
    Si las viejas reglas vistas como redactadas por “colonialistas” o poderosos occidentales parecen ahora menos relevantes en muchas partes del mundo, al menos encarnaron un sistema de creencias que muchos países estaban dispuestos a aceptar durante décadas, o al menos a decir que aceptaban.
    Las fuertes ideologías emergentes -ya sea el estilo poscomunista/confucianismo de China; el sentido del destino nacionalista de la Rusia oriental y ortodoxa, o las diferentes ideas islámicas que motivan la política saudita o iraní- pueden atraer a su propia gente, pero a casi nadie más.
    El rechazo del status quo internacional es de hecho clave para muchos de estos discursos nacionales o religiosas.
    Los grupos no nacionales (como Hezbolá o Boko Haram por nombrar sólo dos) también plantean muchos desafíos.
    En seguridad, finanzas o tecnología, los nuevos desestabilizadores representa una amenaza tan grande para el orden establecido que, según el General McChrystal, “es tentador conjurar una visión postapocalíptica de la supervivencia despiadada de los más fuertes”.
  • Vladimir Putin y Donald Trump.
  • Cambios diplomáticos

    Mientras que esta multitud de retos poderosos acecha desde fuera, también existe lo que Porter denomina como el “desentrañando desde dentro”.
    Occidente mismo ahora alberga un gran desacuerdo. Por ejemplo, la elección de Donald Trump abrió nuevos temores de guerras comerciales.
    Si el presidente electo cumple varias promesas de su campaña, entonces “estamos entrando en un período de dura y poderosa política exterior: más transaccional, más conflictiva, impulsada por el poder y el interés nacional, en lugar de valores o un concepto de comunidad internacional”, sostiene Simon Fraser.
    Probablemente habrá más énfasis en los acuerdos bilaterales (entre dos Estados) en lugar de la diplomacia multilateral, y eso podría dar la sensación de que las relaciones internacionales regresaron a lo que fueron en el siglo XIX.
    Porter argumenta que “estamos yendo incómoda y desprevenidamente hacia lo que se consideraba ‘normal’ históricamente en la diplomacia, en la que competimos y colaboramos con otras grandes potencias al mismo tiempo
    La relación entre el presidente turco Reccep Tayip Erdogan y Vladimir Putin es un ejemplo interesante de la política postideológica.
    Se movieron rápidamente de la confrontación y las sanciones económicas después de que Turquía derribó un avión ruso, a la cooperación estratégica en Siria en 2016, después de una cumbre para limar asperezas en San Petersburgo.
    Pero, ¿pueden los países europeos o Estados Unidos con sus tradiciones democráticas y sus grupos de intereses competitivos realmente ser tan rápidos como aquellos con fuertes líderes ejerciendo poderes autocráticos?
    Simon Fraser, ex jefe diplomático de Reino Unido, cree que “las leyes, las organizaciones, los tratados y otras ‘costumbres’ seguirán siendo esenciales, pero probablemente tendrán un nuevo aspecto y una nueva apariencia, cambiando continuamente dentro de esquemas muy amplios generalmente aceptados por suficientes países del mundo para tener cierta credibilidad”.
    La tectónica actual del mundo parece poner a las sociedades occidentales en una importante desventaja, pues respetan las normas internacionales, mientras que Rusia y China sienten que pueden ignorarlas (por ejemplo, Crimea y el Mar de China Meridional).
    Sus fuerzas armadas renunciaron (en muchos casos) al uso de bombas de racimo o de minas, armas utilizadas tan libremente por Siria y Rusia en los últimos meses.
    Y la capacidad occidental de responder a los supuestos ataques cibernéticos rusos u otras embestidas políticas es limitada. Además, en cualquier caso, sería de uso cuestionable en contra de los países en los que existe un amplio control sobre los medios de comunicación.
    Añádase a esto las tensiones que plantean el estancamiento económico, el proteccionismo y la retórica populista hay que preguntarse seriamente si los clubes internacionales que forman parte de nuestra definición de “Occidente” – OTAN y la Unión Europea – pueden sobrevivir a 2017 en su forma actual.
    Una serie de elecciones en Italia, Países Bajos, Francia y Alemania podrían poner a prueba severamente la UE, y en particular el euro.
    En cuanto a la OTAN, el presidente electo Trump sugirió que la futura protección estadounidense dependerá de que los aliados europeos paguen más.
    Y ponerle condiciones a lo que una vez se supuso que estaba garantizado no es unilateral: la canciller alemana Angela Merkel señaló que la cooperación futura con Estados Unidos dependerá del “respeto por la ley y la dignidad del hombre” de Washington.
    En este período de cambio continuo habrá oportunidades y también peligros.
    La pregunta ahora es si Occidente puede aprovechar los cambios y dominar los acontecimientos o si quedarán a su merced.

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