s pequeños negocios latinos del Alto Manhattan y los que atienden a una clientela mayoritariamente de esta comunidad están cayendo poco a poco debido a las elevadas rentas que se están viendo obligados a pagar y la imposibilidad de negociar con los caseros de los
locales comerciales contratos que aseguren el medio y largo plazo necesario para sobrevivir.
La situación es tan tensa que solamente hoy martes se celebran dos actos para denunciar y pensar estrategias para proteger a estos negocios aunque no hay una total sintonía entre ellos.
El concejal de Washington Heights, Inwood y Marble Hill, Ydanis Rodríguez, ha programado para esta noche una audiencia comunitaria para salvar el supermercado Associated de Fort Washington y la calle 187.
Se trata de un supermercado que ha servido a la zona durante 30 años pero ahora el casero que aloja el comercio ha llevado a los dueños en Corte para desalojarles y cambiar al inquilino por un local de la cadena de farmacias Walgreens. Al lado ya hay una farmacia que lleva años en el vecindario.
A la reunión tienen previsto acudir la defensora pública Letitia James, el contralor Scott Stringer, la presidenta del condado de Manhattan Gale Brewer, el senador estatal Adriano Espaillat, el asambleísta Denny Farrell, el concejal Mark Levine y el Hudson Heights Owners Coalition.
Algunas de las soluciones para la situación de rápida gentrificación y desplazamiento de negocios latinos se oirán por la mañana cuando un grupo de comerciantes de Washington Heightsdemanden a los legisladores que aprueben la Ley de Salvación de Los Pequeños Negocios y Los Trabajos (Small Business Jobs Survival Act, SBJSA). Esta ley obliga a la mediación entre casero y comerciante y el arbitraje del contrato además de la extensión del arriendo durante 10 años, una imposición que algunos políticos y expertos en derechos califican de ilegal o control de rentas comerciales.
Desde la alcaldía ya se dijo a este diario la semana pasada que no se está a favor de los controles de renta. Brewer, que está proponiendo rezonificaciones para evitar la desaparición de los pequeños negocios y tiene un proyecto de ley que también contempla la mediación obligatoria (que ahora no existe), tampoco cree que la SBJSA sea la solución pero dice que en cualquier caso hay que discutir esa y otras soluciones porque es necesario que las haya.
Apoyados por la Asociación Mirabal Sisters, estos comerciantes denuncian que los aumentos exorbitantes de las rentas cuando se expira un contrato están forzando el cierre de negocios para dar paso a bancos y franquicias. Muchos de estos negocios tienen contratos de mes a mes que no les permiten hacer mejoras en sus negocios. “La especulación sin control se ha extendido por todos los condados como un cáncer y, ahora, todas las pequeñas empresas del alto Manhattan corren el riesgo de cerrar sus puertas cuando expiren sus contratos”, reza el comunicado de esta organización.
En este mismo comunicado los comerciantes denunciaban a los “llamados legisladores progresistas que dan la espalda permitiendo que los caseros roben los ahorros de toda una vida de una comunidad”.
Lo cierto es que el paisaje del alto Manhattan está cambiando día a día a expensas de muchos negocios latinos. Aunque hay quienes como, César González, resisten. A su manera.
González, dominicano de 67 años, era el dueño de la librería Calíope en un local en el 170 de Dyckman en el que se vendían libros en español, algunos en inglés y también se hacían presentaciones de autores y actos culturales alrededor de la literatura.
Calíope corrió la misma suerte que otras librerías especializadas en libros en español en la ciudad como Macondo o Lectorum. Cerró sus puertas en junio de 2009, justo en lo peor de la crisis, cuando se le acumularon los meses que debía a su casero, una iglesia.
“Pagaba $3,900 dólares por el local que tiene unos 1,000 pies cuadrados”, recuerda pero estaba atrasado y tratando de solventar otras deudas anteriores con el casero con un plan de pagos lo que elevaba el alquiler hasta rondar los $5,000 mensuales.
Era una renta muy alta para un local con un empleado y el mismo González atendiendo a los clientes y proveedores durante más de 65 horas a la semana. La ganancia neta de un mes muy bueno rondaba los $8,500, recuerda.
González sigue vendiendo libros en Dyckman, a la altura del 170. Justo enfrente del local que tenía y que ahora aloja a otro negocio y lleva haciéndolo desde hace años. Con una mesa plegable, una silla y los plásticos para evitar que en días como el de ayer se le mojen los libros. Es decir, González está en la calle, pero sigue con su negocio frente al local que regentó durante años, cerca de un Planet Fitness, un Payless, Starbucks, GNC y Walgreens. Todas cadenas o franquicias.
Y sus compradores siguen reuniéndose en la zona, pidiéndole libros. Daniel Tavares, uno de ellos dice ser el mejor de sus clientes porque le paga por adelantado para que le busque libros. El último “Economía Canalla” de Loretta Napoleoni. “Me toma entre dos y tres semanas encontrar algunos títulos como ese que es más complicado de encontrar, los libros regulares los puedo traer en dos días”.
En su mesa plegable, además de clásicos como la Odisea o la Ilíada, se encuentran libros populares como los de Paulo Coelho y de autoayuda como “El lado positivo del fracaso” de John Maxwell.
El librero reconoce que debía cinco meses de renta y que aunque tenía ya preparadas las diligencias para pagar la renta el pastor de la iglesia (que no es la misma que ocupa ahora el segundo piso del local) llegó tarde a la Corte para exponer su caso y cuando quiso darse cuenta ya tenía a las autoridades sellando su local.
Yo quise negociar con él para pagarle los atrasos pero me dijo que a cambio de ese dinero solo me iba a devolver los libros. Pidió ayuda para salir de aquella situación pero al ser una organización con fin de lucro, un negocio, no la recibió.
Ahora, en la calle, hay semanas mejores y las hay peores. “Este enero no he ganado más de $300 dólares a la semana, ha sido el peor en siete años”. Sin dejar de saludar a los vecinos que van pasando por la calle o se paran a tomar un café con él, González reconoce que con el paso del tiempo se está acobardando y “si el tiempo está ingrato, no salgo a la calle”. De lo contrario, el librero está ahí todos los días. Los siete de la semana.
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