NUEVA YORK, El 11 de septiembre del 2001, Stephen Feuerman vio las Torres Gemelas en llamas por la ventana de su oficina en el Empire State y observó anonadado cómo una segunda bola de fuego se incrustaba en los edificios.
Corrió por el 78vo piso diciéndole a la gente que saliese, pensando que ellos serían el próximo blanco. Los medios de transporte dejaron de funcionar y no pudo llegar a su casa en el suburbio de Westchester por horas.
Sacudidos por la experiencia, este comerciante de prendas de vestir, su esposa y sus dos hijos pequeños se mudaron en menos de cuatro meses a un suburbio de la Florida que pensaron sería más seguro que Nueva York.
Y lo fue. Hasta el último Día de San Valentín, en que hubo otro ataque con muchas víctimas en Parkland, Florida.
“No hay ningún lugar seguro”, dice ahora Feuerman, cuyos hijos sobrevivieron, pero perdieron dos amigos en la matanza de la secundaria Marjory Stoneman Douglas High School, donde fallecieron 17 personas.
De todos modos, siente que hizo bien al irse de Nueva York y se siente más integrado todavía a Parkland desde la balacera, pues se involucró más en campañas a favor de la seguridad en las escuelas y sobre otros temas.
“Llevamos una buena vida aquí”, afirma. “Esto pudo haber sucedido en cualquier lado”.
Los Feuerman son parte de una cantidad indefinida de personas que se fueron de Nueva York después de que terroristas secuestrasen aviones y los estrellasen contra las dos Torres Gemelas de Nueva York, el Pentágono y un terreno de Pensilvania, matando a casi 3.000 personas el 11 de septiembre del 2001.
Algunos buscaron mayor seguridad. Otros decidieron vivir más cerca de sus familiares. Muchos se replantearon lo que querían de la vida.
Al acercarse el 17mo aniversario de los ataques, la Associated Press habló con varios que se fueron y les preguntó si habían encontrado lo que buscaban.
“FUE UN LLAMADO DE ATENCIÓN”
Unas 30 semanas por año, Scott Dacey maneja desde su casa en New Bern, Carolina del Norte, hasta Washington por unos pocos días. Estos viajes de 563 kilómetros (350 millas) son el precio que paga por su decisión de mudarse a un sitio más aislado en busca de seguridad después de los ataques del 11 de septiembre.
Él y su esposa Jennifer planeaban vivir varios años en Washington. Todo cambión luego del ataque al Pentágono.
“Fue un llamado de atención. ‘¿Cómo queremos vivir nuestras vidas?'”, dice Scott. “¿Queremos estar en el medio de todo en Washington?” o criar a los hijos en un sitio menos candente y más cerca de la familia?
La mudanza de la pareja en el 2002 aumentó sus gastos, ya que mantuvieron un departamento en Washington. Y Jennifer, quien era abogada, tuvo que volver a tomar un examen para conseguir una licencia en Carolina del Norte.
Pero la mudanza generó nuevas oportunidades. Scott es un comisionado de su condado y se postuló a una banca en la Cámara de Representantes. Es republicano y jamás le pasó por la cabeza postularse a un cargo público cuando vivían en el norte de Virginia, donde se tiende a votar por los demócratas. Y sus hijos, de 17 y 15 años, se criaron en una de las ciudades más seguras del estado.
“Tal vez no sea para todos, pero nosotros encajamos bien aquí”, dice Jennifer.
“Estamos afuera de la burbuja, pero así viven la mayoría de los estadounidenses”.
“CAMBIAS TU VIDA SOLO CUANDO PASA ALGO MALO”
Tiene que haber algo mejor, pensaron Michael y Margery Kovelski.
Michael, quien es diseñador de muebles y trabajaba en el Bajo Manhattan, cerca de las Torres, se sintió abrumado después de los ataques del 11/9. Medidas de seguridad alargaron sus viajes desde Queens hasta la oficina, restándole tiempo con sus hijos. Y dos meses después de los ataques terroristas, el vuelo 587 de American Airlines se estrelló cerca de su casa, causando la muerte de 265 personas.
A la primavera siguiente la familia se trasladó a Sprinfield, Ohio, donde tenían amigos de su iglesia.
Las cosas no resultaron fáciles. Especialmente para sus hijos de raza mixta –Michael es blanco y Margery es de ascendencia haitiana– en una zona menos diversa que Queens. Y a Michael le costó encontrar trabajo.
Al final abrió su propia empresa, Design Sleep, que vende colchones de látex natural y plataformas para camas. La empresa ya tiene 14 años de vida.
“Solo cambias tu vida cuando pasa algo malo, o terrible”, dice Michael. “Me complace mucho el rumbo que tomaron las cosas”.
“TRATAMOS DE REPRODUCIR ALGUNAS DE LAS COSAS QUE NOS GUSTABAN TANTO”
Heather y Tom LaGarde adoraban Nueva York y no querían irse, incluso después de que ella vio las torres venirse abajo desde el techo de su departamento en el sector oriental del Bajo Manhattan.
Los ataques, no obstante, cambiaron su perspectiva. “Ya no nos sentíamos tan anclados a la ciudad”, cuenta Heather. “Si bien no sufrimos lesiones físicas, ver eso cambia tu modo de ver las cosas. Tus prioridades cambian”.
Los dos trabajaban en organizaciones sin fines de lucro –ella en una de defensa de los derechos humanos, él en un programa de básquetbol en patines para chicos del barrio que creó después de jugar con los Denver Nuggets y otros equipos de la NBA– que dependían de donaciones, las cuales mermaron al declinar la economía tras los ataques. Muchos amigos se fueron de la ciudad.
Al principio, la granja destartalada que vieron online en el 2002 en Carolina del Norte iba a ser un sitio para visitar de vez en cuando. Pero en el 2004 la pareja decidió instalase en esa granja cerca de la pequeña localidad de Saxaphaw con sus dos hijos, unos pocos meses de trabajo como consultora para Heather y nada más.
Llegaron sin proyecto alguno, pero terminaron abriendo una empresa de rescate de piezas arquitectónicas, iniciaron una popular serie de música gratis y un mercado de productos agrícolas; organizaron una conferencia sobre innovaciones con fines humanitarios y abrieron el Salón de Baile Haw River, en una vieja fábrica que ayudaron a renovar.
“Tratamos de reproducir algunas de las cosas que nos gustaban tanto” en Nueva York, dice Heather, “aunque en un sitio más sencillo, más natural”.
“LIBERTAD, MI PAÍS, MI CASA”
Georgios Takos recorre el norte de Wyoming en el Greek Station, su camión de comida, del que cuelga una placa de automóviles de Nueva York. Es un recordatorio del sitio donde pensó que haría realidad su sueño americano.
Oriundo de la región de Kastoria, en el norte de Grecia, Takos quería vivir en el país que veía en las películas. Se sintió jubiloso cuando llegó a Nueva York en 1986.
Lloró al irse 15 años después. Ya no se sentía a salvo tras los ataques del 11/9. Se fue a trabajar en un restaurante en Arizona, luego en California, donde conoció a su esposa, Karine, quien es maestra.
Cuando visitó Montana, el estado de su esposa, encontró el país que había imaginado. La pareja se mudó a Powell, Wyoming.
Takos dice que en Nueva York aprendió a trabajar duro.
Pero al irse, “encontré lo que buscaba”, asegura. “Libertad, mi país, mi casa”.
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