Eduardo Mejía se pasó la tarde del 13 de junio fuera de su pueblo. Ese día acompañó a su vecino al mecánico a arreglar el motor que horas después lo llevó a hacia la muerte.
El accidente terminó matando instantáneamente a Eduardo, de 17 años, y con él se fue su vecino Luis Ángel Abreu, de 21 años, y el señor Fernando Bautista, de 36, quien viajaba en otro motor. Se trata de un choque más en Ranchito, La Vega, un pueblo donde todos esperan malas noticias porque las carreras de motores, sus apuestas y la velocidad han contagiado a sus más jóvenes muchachos.
Yudelky Vargas Vásquez esta vez es una de las madres dolidas. Semanas atrás y en vista de que conocía a otra mujer que había perdido a su hijo en una “gabela” le comentó a Eduardo Mejía que dejara esa fiebre de los motores. “Yo le dije ‘ay, mi hijo, no me des ese dolor’ y él me respondía ‘mami, yo prometo que no me voy a matar en un motor’… Él me decía, ‘¿mami, cómo usted piensa que yo me voy a matar en un motor?’”, cuenta la señora.
El choque ocurrió de la siguiente forma: Luis Ángel Abreu manejaba la motocicleta y Eduardo Mejía iba de pasajero. El señor Fernando Bautista venía sin luz. Ambos impactaron de frente y los cuerpos salieron volando. Así lo cuenta Yinnet Núñez, la muchacha de 27 años que vive frente a la curva donde ocurrió el accidente, conocida como “El Badén”.
Yudelky Vargas dice que su hijo acompañó a Luis Ángel Abreu al taller para colocarle una pieza al motor que aumentaba su velocidad. Ellos venían, pues, probando la inversión. Pero la familia del piloto no da certeza de que el muchacho se dedicara a las competencias. “Que yo sepa él no corría. Si ocurrió yo no lo supe”, dice su padre Luis Abreu y en ese momento una joven interrumpe la conversación para aclarar con bastante firmeza lo siguiente: “mi hermano no corría, él iba a ver las carreras y las veía algunas veces, no siempre”.
En lo que coinciden las dos versiones es en que Eduardo Mejía y Luis Abreu andaban en el motor recién salido del mecánico, a alta velocidad y ambos acostumbraban visitar esos grupos que tienen como pasatiempo competir con motores. En Ranchito y sus alrededores se trata de una práctica que termina moviendo dinero y no solo por apuestas, sino por la preparación de los vehículos que participan.
“Yo le hago un llamado a los mecánicos y es que ellos no están conscientes del peligro que ellos están provocando”, dice Yudelky Vargas. Y justo en ese momento ella rompe su tranquilidad y da paso a las lágrimas: “¿Si saben que una persona se va a matar para qué lo arreglan?, alcanza a contar con media voz. Y remata: “El mecánico que los atendió dizque les advirtió que no lo corrieran ellos. Que había arreglado tres motores y los tres dueños se habían matado”. l
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